‘Aunque sean experimentales, sueros contra ébola deben ser para todos’

Los códigos de experimentación están claramente definidos. Africanos deben ser prioridad. Análisis.

El uso experimental de medicamentos en humanos está normatizado y amparado por principios bioéticos muy claros, desde hace mucho tiempo. En ese orden de ideas, el Código de Núremberg, expedido en 1947 y del cual son signatarios todos los países civilizados del mundo, estableció los lineamientos que deben regir esta práctica.

El uso de fármacos experimentales en enfermos de ébola debe estar enmarcado en este Código, y cualquier discusión al respecto tiene que fundamentarse en él. Vale aclarar, para empezar, que no cualquier medicamento puede usarse con estos fines, en personas.

Cuando se llega a este punto, estas moléculas o sustancias ya han debido pasar por un riguroso proceso investigación y desarrollo, sujeto, de manera rigurosa, al método científico. Un eslabón de ese proceso son las pruebas exitosas en animales.

Si se supera este paso, y queda establecido que los beneficios superan ampliamente los riesgos en el laboratorio, es posible probarlo en seres humanos. En este punto, al parecer, están los fármacos y las vacunas que están siendo desarrollados para contrarrestar el avance del ébola.

Claro está que antes de ser aplicado, la persona debe ser informada sobre las características de la sustancia que recibirá, y los riesgos y beneficios que entraña. Hecho esto es necesario que manifieste su consentimiento voluntario.

Hasta aquí no hay problema. De hecho, de presentarse así las cosas no habría lugar para el debate o la duda. Fernando Sánchez Torres, presidente del Instituto Colombiano de Estudios Bioéticos, es partidario de ofrecerlo a pacientes que enfrentan una muerte segura, como única perspectiva. Antiético sería no hacerlo, de manera equitativa y justa.

El dilema aparece en situaciones como la vivida ahora con el ébola: se cuenta con una escasa cantidad de fármacos experimentales, que pueden aportar una cura potencial, para atender una altísima demanda, particularmente de gente muy pobre, en países africanos. A las autoridades sanitarias les toca decidir a quién administrarlos primero.

Si hay un debate que dar es por qué las compañías farmacéuticas multinacionales y la Organización Mundial de la Salud (OMS) esperaron cuatro décadas para acelerar la investigación de una vacuna y de un medicamento para contener esta enfermedad, que siempre ha representado una amenaza para el planeta.

Mientras el brote estuvo contenido en poblaciones pobres y aisladas, sin capacidad adquisitiva, la investigación en este campo no despertó interés. El altísimo riesgo de que el virus salga de África convirtió al ébola en un asunto prioritario. Ese sí es un dilema ético.

Sin excepción, todo afectado, empezando por los africanos, debería beneficiarse con los avances, así sean experimentales. En este caso no hablamos de ‘conejillos’ de experimentación, sino de pacientes que requieren este recurso como última esperanza. Si se aplica dentro de exigentes condiciones éticas, no debería ser motivo de debate.

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